LSD en el cuerpo
El LSD puede ser tragado, es decir, ingerido oralmente,
tomado de forma sublingual (produciendo efectos más rápidos), o absorbido a
través de la piel (particularmente con DMSO). Hasta fines de los años noventa
no era extraño encontrarlo presentado en forma de gotas para los ojos y a veces
era ingerido también en galletas, tortas, o helados mediante la adición de la
droga en el preparado de los productos gastronómicos. A lo largo de los años el
ácido lisérgico ha sido ingerido por casi todos los medios, excepto fumado. La administración
sublingual produce efectos tan rápidos como la inyección intramuscular.
Tras entre veinte y sesenta minutos de ser ingerido, este
químico produce síntomas físicos como leves escalofríos, dilatación de las
pupilas, un vago malestar concentrado en los músculos y la garganta, cierta
tensión muscular, una pasajera sensación de náuseas, hormigueo en las
extremidades y somnolencia. Cuando se le preguntaba (y se le pregunta) a los
novicios cómo se sentían la pregunta más recurrente era un “no lo sé”, seguido
por la segunda respuesta más recurrente “diferente”. Cuando se les inquiere a
los sujetos si se están sintiendo bien, quienes deben responder no suelen estar
muy seguros al respecto.
Las sensaciones físicas producto del LSD suelen ser menores.
Por lo general no pueden ser reconocidas como o relacionadas a sensaciones
experimentadas en algún momento previo. A medida que el tiempo avanza los
efectos físicos tienden a desaparecer, aunque en contadas ocasiones persisten
durante casi toda la experiencia.
El efecto de las dosis particulares varía enormemente entre
persona y persona. El peso corporal es, sin lugar a dudas, un factor
determinante pero no es el único factor. El momento del día, el uso de otras
sustancias, la preparación mental y el entorno particular en que se encuentra
la persona también juegan roles importantes. Hasta los años 90 la dosis
recomendada para los iniciados era de entre 100 y 250 microgramos pero siendo
que la dosis estándar en el mercado contemporáneo va de entre 50 y 110 mcg y
conociendo la intensidad que pueden tener dosis cercanas a los 200 microgramos,
muchos se vuelcan a probar dosis que en otros tiempos parecerían despreciables,
obviamente brindado experiencias más manejables pero con su carácter fantástico
fuertemente disminuido. Teniendo en cuenta que la intensidad de los efectos
varía de persona a persona es recomendable siempre ir empezando de a poco y de
a poco ajustar la dosis al nivel subjetivo.
Otra consideración a tenerse presente es el uso de otras
sustancias, especialmente si el consumo de otras drogas es notable. Los alcohólicos
crónicos y los usuarios empedernidos de narcóticos suelen requerir dosis dobles
de LSD para alcanzar efectos comparables. En el caso de los usuarios de
narcóticos que hayan estado libres de opiáceos durante menos de un año se puede
presentar una hipersensibilidad y es necesario ajustar la dosis con extremo
cuidado, incluso considerar un tratamiento previo con tranquilizantes menores.
Distribución del LSD a través del cuerpo
El LSD es un químico realmente muy curioso. Cuando es
inyectado desaparece rápidamente de la sangre. Puede ser observado cuando se
etiqueta con carbono 14 en todos los tejidos, particularmente en el hígado, el
bazo, los riñones y las glándulas suprarrenales. La concentración encontrada en
el cerebro es más baja que en cualquier otro órgano, siendo sólo del 0,01% de
la dosis administrada. En su libro The Beyond Within, Sidney Cohen estimó que
una dosis promedio (100 mcg) resulta en sólo 3,700,000 moléculas de LSD (cerca
de dos centésimos de microgramo) cruzando la barrera hematoencefálica para
interactuar con las billones de células que componen un cerebro de tamaño
promedio –“y nada más que por un par de minutos”.
El LSD es altamente activo cuando se administra oralmente,
siendo absorbido por las membranas mucosas o a través de la piel y finalmente por
el tracto gastrointestinal. El valor de concentración en los órganos alcanza su
pico luego de tan solo diez o quince minutos y pasa a decrecer rápidamente. Un
excepción a este decrecimiento rápido fue observado en estudios con ratones,
quienes muestran actividad en el intestino delgado por un período de unas pocas
horas. Cerca del 80 por ciento del ácido ingerido es excretado por el hígado,
el sistema biliar, y el tracto intestinal, con sólo un 8 por ciento apareciendo
en la orina. Después de dos horas, todo lo que queda de LSD inalterado presente
varía entre 1 y 10 por ciento; el resto consiste en metabolitos solubles en
agua como el 2-oxo-2,3-dihydro-LSD, los cuales no poseen ninguna influencia del
tipo del LSD sobre el sistema nervioso central.
Los efectos físicos del LSD alcanzan su pico entre una y
tres horas posteriores a la administración, cuando la mayor parte de la
sustancia ha desaparecido de los órganos mayores, incluyendo el cerebro, aunque
cantidades medibles persisten en la sangre durante alrededor de ocho horas.
No es para nada fuera de lo común que los usuarios
manifiesten experimentar síntomas alarmantes o sensaciones increíblemente
extrañas, especialmente durante las etapas iniciales, como la impresión de
estar dando a luz, de estar fundiéndose con el suelo, de estar naciendo, de
disolverse en el aire, entre muchas otras (un amigo mío clamaba en una de sus
experiencias, y tras escuchar la explosión de un caño de escape cercano, sentir
que le habían “pegado un tiro”, palideciendo del susto pero sin sentir dolor
alguno). Algunos reportan sentir que les deja de latir el corazón o que sus
pulmones ya no están funcionando regularmente. Estos síntomas deben ser tomados
como una señal de la percepción alterada, pues no hay registro de nadie
sufriendo un ataque cardíaco provocado por LSD, ni ningún problema físico
relacionado con esta sustancia. Por más extraño que pueda parecer en el momento,
el cuerpo sigue cumpliendo sus funciones sin problemas.
Para aquellos preocupados por peligros médicos inmediatos
tras la ingesta del LSD, se pueden presentar cortas referencias para añadir
peso a lo ya establecido. Abram Hoffer estimó, basándose en estudios en
animales, que la dosis media letal en humanos –significando que la mitad
morirían (medición estándar en toxicología)- sería cercana a los 14,000 mcg.
Sin embargo, una persona que ingirió 40 mg (40,000 mcg) sobrevivió sin
complicaciones. En el único caso conocido de muerte por sobredosis (Journal of the
Kentucky Medical Association 75:172-173), la cantidad de LSD en sangre indicaba
una ingesta intravenosa de 320 mg (320,000 mcg). Quienes tengan inquietudes
respecto a estos temas podrían buscar “Coma, Hypertension, and Bleeding
Associated with Massive LSD Overdose: A Report of Eight Cases” de J.C. Klock,
U. Boerner y C.E. Becker en Clinical Toxicology, Vol. 8, No.2, de 1975; donde
ocho personas ingirieron cantidades masivas de LSD asumiendo que era cocaína; ninguno
murió.
Las preocupaciones sobre el mal funcionamiento bajo dosis
ordinarias de LSD son solamente producto de ilusiones mentales. Más allá de los
efectos mentales, una revisación médica mostraría solamente:
- Un leve aumento de la presión sanguínea
- Un leve aumento en la frecuencia del pulso
- Un aumento de salivación y, en caso de las mujeres, lactancia
- Un leve aumento de temperatura corporal
- Dilatación de las puilas
La dilatación de las pupilas ocurre más marcadamente como
resultado de la administración oral en comparación con la inyección (El Dr. Gorf
pensó durante bastante tiempo que la dilatación de las pupilas era el único efecto
invariable del LSD). En ningún estudio se ha concluido que el LSD afecte en lo
más mínimo a la respiración. En mi experiencia personal, no obstante, con un
historial de asma y fuerte alergias puedo afirmar que me he visto gratamente
sorprendido en cada una de mis experiencias por la facilidad para respirar
incluso en medio de agentes patógenos. Es hasta el día de hoy que no me explico
cómo es que el LSD me quita las alergias durante todo el tiempo que duran sus
efectos y me permite respirar con una capacidad inusitada.
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